26 de marzo de 2008

Exiliada...


Todos somos adictos a algo alguna vez… creo que hasta sin pensarlo lo somos todos los días y a cada segundo… las adicciones cambian, por no decir evolucionan. Porque nosotros cambiamos, y porque no soy la misma que ayer puso su pie izquierdo sobre el suelo al despertar.
Tuve adicciones variadas. Ninguna me hizo tan feliz como la adicción de desearle las buenas noches. Siempre, al pie del cañón, con un mensaje a las doce. Que tiempos aquellos…
Después vinieron épocas mas agitadas, en las que jugaba a tener muchas adicciones complejas que aturdían mi mente y la ponían a prueba todo el tiempo. Contaba todos los autos azules, todas las motos rojas y los colectivos verdes, simultáneamente. Cantaba canciones de charly al pasar por la casa de gobierno y estornudaba exageradamente cuando veía una heladería “piombino”. Se imaginaran mis deseos de salir al centro con mis amigas un viernes a la noche!
El problema se presenta cuando lo que hacemos (sin poder dejar de hacer), atenta contra otros. Perder el control no es tan sencillo, pero hacer que ELLOS lo pierdan, es solo cuestión de minutos…
No contenta con mi antigua adicción, un día de enero decidí cambiarla. No es tarea fácil; la gente no deja de fumar en menos de lo que canta un gallo, y mucho menos puede desprenderse de la satisfactoria manía de dejar chicles bajo los bancos, como si fuera soplar y hacer botellas ¿?.
Sin embargo, me propuse a encontrar algo nuevo en menos de una semana. Revise adicciones ajenas, busque en mil canciones la forma perfecta de administrar mi tiempo… pero no: ni siquiera en la heladera pude encontrarla.
Cuando uno es adicto, y su adicción le falta (ustedes deben saberlo mejor que nadie), tendemos a volvernos locos. Si, antes que todo, yo soy adicta a la adicción. Ergo, sin adicción a la vista, no tuve más remedio que revisar en la lista negra.
No es algo de lo que me enorgullezca, pero comencé de a poco a fanatizarme por la “cerechup”. El nombre esta cuidadosamente camuflado; no es cuestión de ir por la vida diciendo que uno es adicto a chupar cerezas ajenas. Sin embargo, el termino “cerechup” tiene el tinte distinguido que en muchas reuniones despierta la atención de los invitados.
Nunca me gustaron esos frutos, pero nada perdía con probar… no imagine que eso fuera a cambiarme la vida. Para empezar debía buscar la delicada forma de llevar a cabo este capricho sin despertar sospechas; sin hacer que la demanda de cerezas descienda notoriamente tras la noticia de que alguien las chupaba antes de ser consumidas.
Conseguí trabajo en una verdulería vecina. No funciono. La inflación no me permitió llevar a cabo mi plan de chupar cerezas más de unos meses. En marzo, tuve que salir a buscar un lugar en donde estas pelotitas rojas sean indispensables para la supervivencia del negocio.
“Copas y copitas” me dio la solución. Era una heladería que quedaba en el centro de la ciudad. Vendía copas heladas. La atracción más grande era la cereza acaramelada de la punta.
Así pase mis días dorados. Nunca una adicción me había dado tanta satisfacción! Encontré en la cerezas algo en que cobijarme. Chupaba cerezas pequeñas, medianas y de tamaños impensables!
Nadie me había descubierto nunca. Hasta ese día. Ese día de verano en que todo se hizo gris.