Me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar...

Odio los días que no comienzan pero que casi siempre se apagan. En los que no soy de nadie y en los que nada me pertenece.

Hay días que no tienen sentido… la mayoría de los días son los que no lo tienen. Sin embargo hay otros que inundan cada hora de una vulnerabilidad hacia la vida que estremece…
Hay días en que una canción no significa nada, pero casi siempre el que le sigue no puede vivir sin Norah Jones o sin un Jazz que haga tronar al cielo. Así también hay días para Sabina que se toman una semana, y otros, aunque cada vez mas lejanos, que necesitan de un buen Rock and Roll para comenzar.
Nunca faltan esos que te piden a gritos un poco de sensatez, los que despiertan con un examen final y duermen con otro entre sueños.

Los veinti tantos de cada mes aparecen irreconocibles, escondidos detrás de largos muros de piedra, mostrándote lo lejos que estas de ese paraíso que a través de la humedad podes oír.
Los miércoles te impulsan a soñar, mientras que los jueves te destierran una vez más de ese sueño presuntuoso que no hace más que conmover a la conciencia.

Hay otros días que no tienen nombre, que no son blancos ni negros, ni grises, que no escuchan voces, que no sonríen, pero que tampoco lloran. Sin embargo hay algunos que suelen mudarse, cerquita del atardecer, a un día con rayitos de sol y sacarme una sonrisa.

Hay horas que son solo tuyas. Son incontables las horas que son solo tuyas. Pero también hay algunas que te tienen miedo y que no son de nadie. Hay algunas que te lloran y algunas que piden perdón. Nunca son días… son solo horas. Nunca son mías, son del viento.

Soy de los días en los que nadie puede quitarme las alas.